Megaproyecto Planta Solar en la Luna

 

La firma constructora japonesa Shimizu Corporation ha elaborado una serie de megaproyectos entre los cuales uno de los más ambiciosos es desarrollar una planta de energía solar en la luna.

 

Los motivos para construir la planta en el lado visible de la luna son el gran espacio para construir, la ausencia de la atmósfera lo que permite rayos solares y la proximidad a la Tierra. La energía no se vería interrumpida y por lo tanto se obtendrían mayores beneficios.

Para construir dicha planta se enviarían robots que utilizarían las rocas y el polvo lunar para fabricar materiales necesarios como cemento o ladrillos.El agua también se obtendría de la luna por procesos químicos en los que se emplearía hidrógeno procedente de la Tierra y tierra lunar. Estas operaciones serían controladas por un grupo reducido de astronautas.

La energía obtenida se transportaría a una estación por unos cables y de la estación a la Tierra en forma de microondas y rayos láser. En la Tierra otras estaciones convertirían las emisiones en energía útil.   

 

 

La Antártida es más sensible por el frío y los vientos

Las temperaturas más extremas de la Tierra y el cinturón' de aire agravan el problema                  

 

Al final del invierno del hemisferio sur, la radiación solar vuelve a la Antártida después de seis meses a oscuras. En ese momento, las temperaturas en el interior del continente llegan a alcanzar los 80ºC bajo cero por la ausencia de luz, pero también por el régimen de vientos que sopla alrededor, un flujo continuo de vientos del oeste que rodea y aísla el continente y que evita la mezcla con otras masas de aire menos frías.

Este panorama facilita la formación de nubes compuestas por cristales de hielo en la estratosfera, a la misma altitud a la que se encuentra la capa de ozono. Estas nubes son la clave y el soporte del proceso destructivo, puesto que sobre ellas se produce la reacción química en la que las moléculas de ozono, formadas por tres átomos de oxígeno, se combinan con las de cloro y bromuro que aportan los CFC y los halones, lo que causa su destrucción.

El agujero de ozono no se produce en el hemisferio norte porque el Ártico no registra fríos tan intensos, al no existir un cinturón de vientos tan potente y aislante como el del hemisferio sur. De esta forma, las nubes estratosféricas son mucho más escasas, aunque las mediciones de los científicos también muestran un debilitamiento de la capa de ozono sobre el hemisferio septentrional.

 

 El agujero de ozono: Una brecha que sigue abierta en el cielo:

Pese a que otros dramas ambientales lo han relegado a un segundo plano, no se ha reducido.

 

Hace 25 años, la ciencia realizó uno de los descubrimientos más dramáticos de la historia, al constatar la existencia del agujero de ozono. Fue en mayo de 1985, cuando la revista Nature publicó un artículo en el que Joe Farman, Brian Gardiner y Jonathan Shanklin describían la pérdida de ozono que sufrían las capas altas de la atmósfera sobre la Antártida. Este estudio se convirtió en una de las primeras constataciones de la influencia negativa de la actividad humana en el planeta, en este caso debido a un conjunto de sustancias compuestas por bromuro y cloro, entre las que destacaban los llamados clorofluorocarbonatos (CFC).
 

En muy poco tiempo, la preocupación de la comunidad científica se trasladó a la sociedad, que incorporó el agujero de ozono a su vocabulario y su lista de preocupaciones, por más que la expresión no definía exactamente lo que estaba ocurriendo. Los CFC estaban debilitando la capa de ozono, pero no provocando su desaparición.
 

Los inicios de este descubrimiento se remontan a 1957-1958, cuando se celebró el Año Geofísico Internacional y se empezaron a medir los valores de ozono sobre la Antártida desde la estación Halley, un centro perteneciente al British Antarctic Survey.
 

El resultado de estas observaciones alarmó a los científicos Paul Cratze, Mario Molina y Sherwood Mowland, que, en 1974, publicaron en Nature un artículo que demostraba la relación entre los CFC y la destrucción de la capa de ozono y que les valió el premio Nobel de Química en 1995. Las alertas definitivas se activaron en 1984, cuando las mediciones mostraron un claro descenso de los niveles de ozono. A partir de ahí, un intenso estudio internacional en 1987, con el uso de aviones, experimentos con microondas y radar láser, confirmó las sospechas y el deterioro que se estaba produciendo en la atmósfera.
 

Para el científico Jonathan Shranklin, el agujero de ozono supuso "un descubrimiento crucial que realzaba la importancia de los estudios a largo plazo", pero incluso valora más la lección acerca de la rapidez con la que el planeta puede cambiar debido a la acción humana.
 

Escudo ultravioleta
 

A unos 20 kilómetros de altura sobre la atmósfera de la Tierra se encuentra la ozonosfera, una capa donde se concentra el ozono. No se trata de un gas dominante, puesto que sólo existe una molécula de ozono por cada mil de aire. Nada tiene que ver el ozono atmosférico, el de las capas altas, con el troposférico, que se forma en verano y alrededor de las grandes ciudades. La combinación entre los contaminantes de la industria y de los automóviles, sumada a la elevada radiación solar, provoca una reacción química que forma el ozono, un gas irritante y tóxico que genera graves problemas de salud.
 

Por el contrario, el ozono de las capas altas tiene un efecto beneficioso al actuar como escudo frente a la radiación ultravioleta. De toda la radiación solar, un 41% es la luz visible y otro 50% la infrarroja, que calienta la piel. Pero la más dañina es transparente para los sentidos: la ultravioleta, el 7%, que causa quemaduras en la piel, cáncer y cataratas. De los varios subtipos de radiación ultravioleta, el ozono atmosférico absorbe la más peligrosa, la UV-B.
 

Sumando el reflejo de la radiación que ocasiona el hielo y la nieve en la Antártida, la intensidad de la radiación ultravioleta sobre este continente es tan elevada como la que llega a una playa tropical a mediodía. La protección solar extrema se convierte en una necesidad para las personas que trabajan en el continente blanco.
 

Las evidencias científicas propiciaron la firma del Protocolo de Montreal en 1987, uno de los acuerdos internacionales implantados con mayor éxito, y que limita, controla y regula la producción, el consumo y el comercio de las sustancias que dañan la capa de ozono, principalmente los CFC, utilizados en refrigeradores, sistemas de aire acondicionado y como disolventes industriales. Sus características físicas (no huele, no es tóxico, es estable e inflamable) propiciaron su uso masivo, sobre todo en el hemisferio norte, aunque se dispersaron por todo el planeta.
 

Los CFC no eran los únicos causantes del agujero de ozono, así que el Protocolo de Montreal también prohibió el uso de los halones, muy utilizados en los sistemas de extinción de incendios; del bromuro de metilo, un pesticida; y de los disolventes tetracloruro de carbono y metil cloroformo.
 

La recuperación de la capa de ozono es lenta, puesto que los CFC son gases muy estables que permanecen en la atmósfera durante un centenar de años. De hecho, a pesar de las medidas tomadas desde 1987, el agujero de ozono más extenso jamás observado se produjo en 2006, con una extensión de 28 millones de kilómetros cuadrados. Habrá que esperar a 2080 para que los niveles disminuyan hasta los que había en 1950, aunque recientes estudios de la Administración de Atmósfera y Océanos de EEUU ya constatan el descenso de la concentración de CFC en la atmósfera.
 

Gases de efecto invernadero
 

La subida de temperaturas que sufre la Tierra por el aumento de los gases de efecto invernadero también colabora a destruir la capa de ozono. Mientras el ascenso térmico se registra en la superficie del planeta, a partir de los diez kilómetros de altura (estratosfera) se produce un proceso inverso de enfriamiento que incrementa la presencia de las nubes estratosféricas sobre las que se destruye el ozono. Por si fuera poco, los CFC han sido sustituidos por los hidrofluorocarbonatos (HFC) y por los hidrocloroflurocarbonatos (HCFC), que no dañan el ozono atmosférico, pero que son gases de efecto invernadero.
 

La comunidad científica ha planteado alternativas para recuperar la capa de ozono: por ejemplo, aviones supersónicos para inyectar ozono en la estratosfera. Este proceso fue descartado porque los gases de las aeronaves anularían los posibles beneficios. Otra alternativa planteada fue soltar balones rellenos de ozono, pero se necesitarían cerca de cien billones de balones.

 

 


 

La tormenta solar del fin del mundo:

 

 

El escenario podría ser cualquier gran ciudad de Estados Unidos, China o Europa. La hora, por ejemplo, poco después del anochecer de cualquier día entre mayo y septiembre de 2012. El cielo, de repente, aparece adornado con un gran manto de luces brillantes que oscilan como banderas al viento. Da igual que no estemos cerca del Polo Norte, donde las auroras suelen ser comunes. Podría tratarse perfectamente de Nueva York, Madrid o Pekín. Pasados unos segundos, las bombillas empiezan a parpadear, como si estuvieran a punto de fallar. Después, por un breve instante, brillan con una intensidad inusitada... y se apagan para siempre. En menos de un minuto y medio, toda la ciudad, todo el país, todo el continente, está completamente a oscuras y sin energía eléctrica. Un año después, la situación no ha cambiado. Sigue sin haber suministro y los muertos en las grandes ciudades se cuentan por millones. En todo el planeta está sucediendo lo mismo. ¿El causante del desastre? Una única y gran tormenta espacial, generada a más de 150 millones de kilómetros de distancia, en la superficie del Sol.
Y no es que de repente hayamos decidido alinearnos entre las filas de los catastrofistas que predican el fin del mundo precisamente para 2012. Pero lo descrito arriba es exactamente lo que pasaría si el actual ciclo solar (que acaba de empezar después de más de un año de completa inactividad) fuera sólo la mitad de violento de lo que se espera. Así lo dice, sin tapujos, un informe extraordinario financiado por la NASA y publicado hace menos de un año por la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos (NAS). Y resulta que, según el citado informe, son precisamente las sociedades occidentales las que, durante las últimas décadas, han sembrado sin quererlo la semilla de su propia destrucción.
«Un posible desastre»Se trata de nuestra actual forma de vida, dependiente en todo y para todo de una tecnología cada vez más sofisticada. Una tecnología que, irónicamente, resulta muy vulnerable a un peligro extraordinario: los enormes chorros de plasma procedentes del Sol. Un plasma capaz de freir en segundos toda nuestra red eléctrica (de la que la tecnología depende), con consecuencias realmente catastróficas. «Nos estamos acercando cada vez más hasta el borde de un posible desastre», asegura Daniel Baker, un experto en clima espacial de la Universidad de Colorado en Boulder y jefe del comité de la NAS que ha elaborado el informe.
Según Baker, es difícil concebir que el Sol pueda enviar hasta la Tierra la energía necesaria para provocar este desastre. Difícil, pero no imposible. La superficie misma de nuestra estrella es una gran masa de plasma en movimiento, cargada con partículas de alta energía. Algunas de estas partículas escapan de la ardiente superficie para viajar a través del espacio en forma de viento solar. Y de vez en cuando ese mismo viento se encarga de impulsar enormes globos de miles de millones de toneladas de plasma ardiente, enormes bolas de fuego que conocemos por el nombre de eyecciones de masa coronal. Si una de ellas alcanzara el campo magnético de la Tierra, las consecuencias serían catastróficas.
Nuestras redes eléctricas no están diseñadas para resistir esta clase de súbitas embestidas energéticas. Y que a nadie le quepa duda de que esas embestidas se producen con cierta regularidad. Desde que somos capaces de realizar medidas, la peor tormenta solar de todos los tiempos se produjo el 2 de septiembre de 1859. Conocida como «El evento Carrington», por el astrónomo británico que lo midió, causó el colapso de las mayores redes mundiales de telégrafos (imagen bajo estas líneas). En aquella época, la energía eléctrica apenas si empezaba a utilizarse, por lo que los efectos de la tormenta casi no afectaron a la vida de los ciudadanos. Pero resultan inimaginables los daños que podrían producirse en nuestra forma de vida si un hecho así sucediera en la actualidad. De hecho, y según el análisis de la NAS, millones de personas en todo el mundo no lograrían sobrevivir.

El informe subraya la existencia de dos grandes problemas de fondo: El primero es que las modernas redes eléctricas, diseñadas para operar a voltajes muy altos sobre áreas geográficas muy extensas, resultan especialmente vulnerables a esta clase de tormentas procedentes del Sol. El segundo problema es la interdependencia de estas centrales con los sistemas básicos que garantizan nuestras vidas, como suministro de agua, tratamiento de aguas residuales, transporte de alimentos y mercancías, mercados financieros, red de telecomunicaciones... Muchos aspectos cruciales de nuestra existencia dependen de que no falle el suministro de energía eléctrica.
Ni agua ni transporteIrónicamente, y justo al revés de lo que sucede con la mayor parte de los desastres naturales, éste afectaría mucho más a las sociedades más ricas y tecnológicas, y mucho menos a las que se encuentran en vías de desarrollo. Según el informe de la Academia Nacional de Ciencias norteamericana, una tormenta solar parecida a la de 1859 dejaría fuera de combate, sólo en Estados Unidos, a cerca de 300 de los mayores transformadores eléctricos del país en un periodo de tiempo de apenas 90 segundos. Lo cual supondría dejar de golpe sin energía a más de 130 millones de ciudadanos norteamericanos.
Lo primero que escasearía sería el agua potable. Las personas que vivieran en un apartamento alto serían las primeras en quedarse sin agua, ya que no funcionarían las bombas encargadas de impulsarla a los pisos superiores de los edificios. Todos los demás tardarían un día en quedarse sin agua, ya que sin electricidad, una vez se consumiera la de las tuberías, sería imposible bombearla desde pantanos y depósitos. También dejaría de haber transporte eléctrico. Ni trenes, ni metro, lo que dejaría inmovilizadas a millones de personas, y estrangularía una de las principales vías de suministro de alimentos y mercancías a las grandes ciudades.

 

Los grandes hospitales, con sus generadores, podrían seguir dando servicio durante cerca de 72 horas. Después de eso, adiós a la medicina moderna. Y la situación, además, no mejoraría durante meses, quizás años enteros, ya que los transformadores quemados no pueden ser reparados, sólo sustituidos por otros nuevos. Y el número de transformadores de reserva es muy limitado, así como los equipos especializados que se encargan de instalarlos, una tarea que lleva cerca de una semana de trabajo intensivo. Una vez agotados, habría que fabricar todos los demás, y el actual proceso de fabricación de un transformador eléctrico dura casi un año completo...

 

 

 

"Una gran tormenta solar acabaría con

los transformadores eléctricos.

Después escasearía el agua potable y

el transporte eléctrico

no funcionaría: ni trenes ni metro"     

 

 

 

 

Un grupo de astrónomos de la Universidad de Hawai ha descubierto que el tamaño del Sol se ha mantenido notablemente constante durante los últimos doce años, una estabilidad que ni siquiera han sido capaces de cambiar las últimas tormentas solares de gran virulencia. En concreto, durante ese tiempo, su diámetro, de alrededor de 1.400.000 kilómetros, se ha modificado en menos de una parte entre un millón.

«Esta constancia es incomprensible, dada la violencia de los cambios que vemos todos los días en la superficie del Sol y las fluctuaciones que se producen durante un ciclo solar de once años», ha explicado el astrónomo Jeff Kuhn, responsable de la investigación y director asociado del Instituto de Astronomía de la Universidad de Hawai (IFA). Para conocer el diámetro del Sol, los científicos utilizaron las observaciones del satélite de la NASA SOHO y pronto repetirán el experimento con mucha más precisión con los datos que proporcione la nueva sonda de la agencia espacial norteamericana, el Solar Dynamics Observatory (SDO), que fue lanzada el pasado 11 de febrero para desentrañar los secretos de astro rey.
El trabajo de Kuhn forma parte de los esfuerzos de científicos de todo el mundo por entender la influencia del Sol sobre el clima de la Tierra. «No podremos predecir el clima hasta que entendamos estos cambios en el Sol», ha asegurado. En las últimas semanas -en la última ocasión, en abril, con más fuerza y de forma totalmente inesperada-, el Sol ha dado muestras de que ha despertado de su letargo. Impresionantes tormentas solares como nunca se habían visto se han repetido provocando la inquietud entre los científicos, ya que las tormentas geomagnéticas pueden influir en sistemas globales del suministro energético o provocar cortes en el trabajo de satélites de navegación y emisiones de radio. Un gran peligro en un mundo absolutamente dependiente de la tecnología.
 
 
 
 

 

El impacto de un cometa o asteroide sobre Júpiter levantó una nube del tamaño de Marte

                                   

 

El último cuerpo que se ha observado que chocara con Júpiter era un asteroide o cometa de menos de un kilómetro de diámetro, creen los investigadores que han estudiado los efectos, perfectamente visibles, del impacto, el primero detectado desde el del cometa Shoemaker-Levy 9, justo 15 años antes. En los dos estudios publicados ahora participa el grupo de Ciencias Planetarias de la Universidad del País Vasco, liderado por Agustín Sánchez Lavega, junto a otros investigadores españoles.

Fue un astrónomo aficionado australiano quien, el pasado 19 de julio, descubrió la presencia de una mancha negra de grandes dimensiones cerca de la región polar del planeta Júpiter, el mayor del Sistema Solar. El impacto ocurrió apenas unas tres o cuatro horas antes de la detección de la mancha, en el lado oscuro (es decir, de noche) de Júpiter, por lo que no pudo ser observado directamente, y en una latitud muy alta, cerca del polo Sur del planeta. La trayectoria fue opuesta a la que siguieron los fragmentos del cometa Shoemaker-Levy 9.

Alertados los grandes observatorios del mundo, entre ellos el telescopio Hubble, confirmaron en pocas horas que la mancha era el residuo de cenizas dejado tras el impacto de un cometa o asteroide.

Según los análisis, publicados en Astrophysical Journal Letters, la mancha principal, una nube muy negra formada por los residuos del impacto, alcanzó un tamaño de unos 5.000 kilómetros en la atmósfera de Júpiter, si bien estaba rodeada por un halo producido por la caída del material expulsado de la atmósfera de hasta 8.000 kilómetros, un tamaño entre el de Marte y el de la Tierra. "No sabemos si la densa nube de partículas muy finas (apenas una milésima de milímetro) pero muy negras es un producto de los residuos del objeto o bien fueron producidas por las enormes temperaturas generadas en la atmósfera de Júpiter por el impacto", explica Sánchez Lavega.

En los días siguientes, las cenizas fueron arrastradas por los vientos de Júpiter -que son suaves en estas latitudes- de manera análoga a las del volcán islandés actualmente en actividad. Existen dudas sobre si el astro que impactó en la superficie de Júpiter fue un cometa o un asteroide. Suponiendo que su naturaleza fuese cometaria -es decir, estuviera formado fundamentalmente por sustancias heladas-, el tamaño del bólido habría rondado los 500 metros.

Este segundo impacto detectado con claridad en Júpiter, después de el del cometa Shoemaker-Levy, indica que, probablemente, la caída de objetos de tamaños de 0,5 a 1 kilómetros sobre el planeta es más frecuente de lo que se pensaba: hasta ahora se estimaba en un impacto cada 50 a 250 años como promedio, pero con los nuevos datos puede resultar que acontecimientos como éste podrían ocurrir cada 10 o 15 años.

"El estudio de los impactos en los planetas nos ayuda a entender mejor los que pudieran producirse con la Tierra", concluye Sánchez Lavega. "Si este objeto hubiese impactado con nuestro planeta hubiera producido un enorme cataclismo. Afortunadamente cerca de nosotros hay pocos objetos de este tamaño, y en cierto sentido Júpiter es un paraguas protector, ya que con su enorme gravedad atrae fuertemente hacia sí los objetos errantes del Sistema Solar que pasan por sus proximidades".

 

 

 

 Un agujero negro se escapa de su galaxia

 

 

Al comparar un mapa de fuentes brillantes de rayos X en el cielo con otro de galaxias, una joven estudiante de la Universidad de Utrech (Holanda) ha descubierto un extraño fenómeno: un agujero negro supermasivo, como los que suele haber en el centro de galaxias, parece que se está escapando, y a gran velocidad, de una de ellas. Estos agujeros negros pueden tener una masa equivalente a mil millones de soles, y la huida, o expulsión, de su galaxia, puede deberse a la fusión de dos agujeros negros menores.

Marianne Heida, para su proyecto de graduación en la Universidad de Utrech (Holanda) estaba comparando, en colaboración con un equipo internacional de astrónomos, un mapa de galaxias con un catálogo de fuentes de rayos X elaborado con el telescopio espacial Chandra. El objetivo era sacar las correlaciones posibles entre cientos de miles de fuentes de rayos X con la posición de millones de galaxias. Normalmente, cada galaxia tiene un agujero negro supermasivo en su centro y la materia que se va tragando el monstruo se calienta hasta el mundo de generar emisiones muy energéticas, en rayos X.

Al fijarse en una galaxia concreta, Heida, bajo la supervisión del investigador Peter Jonker, se dio cuenta de que el punto de luz de rayos X, tan brillante que debía ser un agujero negro, estaba desviado del centro. El objeto parece estar siendo expulsado de la galaxia a gran velocidad. El hallazgo se presenta en la revista británica Monthly Notices of the Royal Astronomical Society.

Los modelos teóricos sugieren que cuando se funden dos agujeros negros en uno, el resultante puede salir disparado, dependiendo de la dirección y velocidad de rotación de los dos previos. La investigación de este extraordinario fenómeno no ha hecho más que empezar, dicen los científicos, y el caso del primer agujero negro expulsado puede ser sólo la punta del iceberg. Heida afirma que ya tienen más objetos candidatos de este tipo: "Con el Chandra podremos realizar las mediciones precisas que necesitamos para identificar más y desvelar su naturaleza". Más adelante, con el planeado observatorio espacial Lisa, se podrían medir las ondas gravitacionales que deben emitirse en el proceso de fusión. Esto permitiría a los científicos saber si los agujeros negros en los centros galácticos son el resultado de fusiones de otros más pequeños, informa la Royal Astronómical Society.

España se convierte en el segundo país europeo con más potencia eólica

 

 

España ha superado a Alemania en 2009 en instalación de potencia eólica, y se ha convertido en el líder europeo con un crecimiento interanual del 14,7% en este ejercicio, según ha informado este jueves la Asociación Empresarial Eólica.

Se sitúa así como segundo país en potencia, detrás de Alemania, con 2.459 megawatios (MW) instalados y una potencia eólica total acumulada de 19.148,80 MW. Además, la organización destaca en un comunicado que el crecimiento registrado sigue una tendencia similar al resto del mundo, donde la energía eólica creció un 31%, hasta los 157.900MW.

Andalucía (1.077,46MW), Castilla y León (548,68MW), y Valencia (289,75MW) son las regiones que "más potencia" eólica han instalado en 2009. A su vez, Castilla y León (3.882,72MW), Castilla-La Mancha (3.699,61MW) y Galicia (3.231,81 MW) son las regiones que lideran el ranking de comunidades autónomas con mayor potencia instalada a cierre del ejercicio.

Muchos de los nuevos parques eólicos incorporan algunos de los adelantos tecnológicos, como nuevos sistemas para mejorar la eficiencia y reducir el impacto sonoro de los aerogeneradores, que los profesionales del sector podrán conocer en GENERA 2010, la Feria Internacional de Energía y Medio Ambiente, que se celebrará del 19 al 21 de mayo en la Feria de Madrid.

 

 

 Catástrofe en el Golfo de México:

 

                                              

Las recientes catástrofes en plataformas petrolíferas y los escapes de petróleo, incluyendo el desastre del Deepwater Horizon en el Golfo de México, muestran la necesidad mundial de cambiar hacia un modelo energético más limpio y más seguro, según ha señalado hoy la organización WWF.

WWF insiste en que si se quiere extraer petróleo y gas en aguas cada vez más profundas y lugares más inaccesibles habría que tener en cuenta los riesgos que conlleva entrar en territorios donde existe una mayor probabilidad de accidentes con consecuencias ambientales mucho más graves.

“En el Golfo de México, las infraestructuras petroleras son las más desarrolladas del Planeta, con acceso a los métodos tecnológicamente más avanzados para responder al vertido. Esto ofrece el mejor escenario posible para hacer frente a un desastre de esta magnitud”, apunta William Eichbaum, portavoz de WWF EEUU. Y continúa: “Sin embargo, a pesar de todo, la crisis empeorará y nos enfrentaremos a la peor catástrofe de petróleo ocurrida hasta el momento”.

Se estima que entre 400 y 600 especies están amenazadas por el fuel que se escapa de la plataforma y que está llegando a la costa de Louisiana. En estos momentos, la zona se encuentra en una de las épocas más críticas para que sucedan este tipo de catástrofes debido a la migración de aves. Además, el área es vital como punto de invernada y de descanso para casi las tres cuartas partes de las aves acuáticas. A esto se suma que es el periodo más importante de nidificación, con los primeros pollos volando hacia las marismas.

Asimismo, es una región crítica para la freza del atún rojo que está regresando a la zona para su temporada de reproducción. Las consecuencias del vertido son imprevisibles para esta especie en peligro. Igualmente, están bajo amenaza las principales industrias de marisco de EEUU, que supone aproximadamente la mitad de la gamba desembarcada en EEUU y el 40% de sus ostras, ahora también reproduciéndose.

“La devastación ecológica y económica que se extiende por el Golfo de México debería hacernos reflexionar sobre la exploración de petróleo en alta mar y sobre su producción que, de hecho, es profundamente arriesgada. Los gobiernos deberían sopesar dos veces su decisión de desarrollar estas actividades en aguas cada vez, si cabe, más peligrosas”, subraya el Director General de WWF Internacional, James Leape.

Las compañías petroleras están subestimando los riesgos asociados a su actividad, especialmente en las zonas más profundas de nuestros océanos y en las zonas de mayor sensibilidad ambiental. WWF ha destacado cómo las evaluaciones de impacto ambiental y los planes de contingencia para la explotación petrolera del inhóspito mar de Chukchi, en Alaska, desestiman los riesgos de vertido como “insignificantes” y rehúsan analizar potenciales riesgos o planes de respuesta.

El petróleo es muy tóxico para el medio ambiente marino y costero, y sus impactos en la fauna silvestre pueden persistir durante décadas. Todavía puede encontrarse petróleo y verse los daños infligidos por el peor vertido en los océanos de EEUU, el desastre del Exxon Valdez que tuvo lugar en 1989. Se calcula que el Deep Horizon está perdiendo 5.000 barriles de petróleo al día, lo que sobrepasará la cantidad del Exxon Valdez esta semana.

A finales de 2009, WWF participó en la evaluación de los riesgos e impactos ambientales del vertido que causó la exploración de Montara en el mar de Timor, un brazo del océano Índico.

Aunque supuso una décima parte del actual desastre del Golfo de México (se estimaron unos 400 barriles al día, frente a los actuales 5.000) y de que tuvo lugar en aguas menos profundas (90 metros, frente a 1.500), se necesitaron cuatro intentos y 73 días para taponarlo.

El vertido se extendió por el mar y los arrecifes a lo largo de 90.000 km2 y afectó a las aguas indonesias, así como al Triángulo de Coral, un área prioritaria para WWF.

Igual que el Golfo de México, la zona afectada por el accidente de Montara daba cobijo a ballenas, delfines, área de reproducción de atún, tortugas y aves marinas.

“El precio real que pagará la fauna no se sabrá nunca”, afirma la Directora de Conservación de WWF Australia, Gilly Llewelyn, quién viajó al mar de Timor para evaluar la información oficial y la suministrada por parte de la compañía durante el vertido. Y prosigue: “Simplemente no se hizo el suficiente esfuerzo para calcular el impacto total del vertido. Pero creemos que había miles, sino decenas de miles, de criaturas marinas, como aves, ballenas y delfines, afectadas que habrían estado en contacto con el petróleo”.

La Dra. Llewellyn, una científica marina también familiarizada con el Golfo de México, apuntó que la riqueza biológica de la costa de Louisiana es fruto de una complejidad de ecosistemas que mezclan islas con fondos arenosos formando barreras y marismas fangosas.

”Se puede limpiar la arena, pero no se puede limpiar el limo”, concluye. “Si el petróleo llega a las zonas más fangosas, los efectos podrían ser desastrosos y muy duraderos”. 

 

 

 

40 Años del Día de la Tierra

18 ABR 2010 18:25

Selma Rubin, 95, co-fundadora del Día de la Tierra, fotografiada en El Capitán, California, zona costera que ella ayudó a preservar como espacio natural para todos. Foto: © 2010 IsaacHernández.com

La tierra tiene 4.500 millones de años. El Homo Sapiens unos 200.000 años. El Día de la Tierra cumple 40 hoy, con una celebración multitudinaria en el lugar de su nacimiento, Santa Bárbara, California.

El 28 de enero de 1969, una plataforma petrolífera del Pacífico comenzaría un derrame de crudo de 757.000 litros, vertidos al mar durante once días. Miles de aves, delfines y focas del Canal de Santa Bárbara fueron arrastrados a la costa cubiertos de petróleo. A raíz de este desastre nació un movimiento ecologista sin precedentes, que un año más tarde crearía la fiesta en celebración de la madre tierra, ahora adoptada en todo el mundo. (Santa Bárbara celebró el fin de semana de la Tierra el 17 y 18 de abril, 2010. El día 22 de abril se celebra el Día de la Tierra a nivel internacional).

También sirvió para concienciar a la comunidad, y para dar a luz al Consejo Ambiental de la Comunidad (Community Environmental Council ó CEC en inglés), una organización dedicada a la protección del medioambiente.

El CEC me invitó a participar en el Día de la Tierra con la exposición EcoRetratos, que recoge muchas de las fotografías que he realizado en su mayoría para este periódico, en colaboración con Carlos Fresneda (corresponsal de El Mundo en Nueva York). Para completar la exposición, he tenido la fortuna de retratar a cuatro de los creadores del Día de la Tierra, personas normales y corrientes, que dadas las circunstancias, se elevaron por encima de lo que se sentían capaces.

Una de ellas, Selma Rubin, tiene 95 años y sigue al pie del cañón. Hace casi 40 años salvó toda una zona costera de la construcción de 1500 chalés adosados. Entonces no existía ninguna ley de protección ambiental. Si esas casas se hubieran construido hubiera creado un efecto dominó de construcción que hubiera cambiado el perfil de la costa central de California, hoy una gran atracción turística.

La protección no está reñida con la explotación comercial. Este terreno genera hoy turismo para todos los bolsillos; hay quienes acampan y quienes pagan 500 dólares la noche por una cabaña de lujo en El Capitán Ranch. Este terreno que salvó Selma sirve como ejemplo de lo que puede hacer la comunidad por defender su patrimonio natural.

¡Cómo ha cambiado el mundo en estos 40 años! La población mundial ha aumentado de 3.680 millones a cerca 7.000 millones (¡casi el doble!); la temperatura media ha aumentado en .06 grados y las nieves del Kilimanjaro sobre las que escribió Ernest Hemingway en 1952 casi han desaparecido.

En 1979 fue descubierto un agujero de un millón de kilómetros cuadrados en la capa de ozono. Para 2006 el agujero alcanzó 27 millones de kilómetros cuadrados. Los Cloro Fluoro Carbonos (inventados por DuPont en 1928 como refrigerantes) parecían el invento del siglo: baratos de producir y, a diferencia de las soluciones anteriores, no eran venenosos. Pero al final la solución nos ha salido cara, sobre todo a aquellos que han sufrido cáncer de piel por la menor protección de los rayos ultravioleta. Se dejaron de producir en 1996 pero siguieron aumentando el agujero hasta 2006.

Ahora parece que comienza a recuperarse la capa de ozono, aunque la erupción del volcán Eiyafjalla seguramente vuelva a aumentar el agujero temporalmente. Hubo muchos escépticos que se resistieron al cambio y negaron que los CFC causaran daño al ozono, entre ellos DuPont. El que se dejaran de producir los CFC no frenó la industria, sino que la transformó con soluciones menos dañinas.

Hoy en día sufrimos la misma lucha por la verdad de los efectos del CO2 y del efecto invernadero. La cuestión es, aunque dudemos o neguemos que la tierra se está calentando por la actividad humana, ¿qué perdemos por dejar menos huella en el planeta y bajar nuestros humos? Todas las hormigas del mundo tienen una biomasa mayor que los humanos y comenzaron su revolución industrial hace millones de años. ¿Por qué no podemos hacer como ellas, que en lugar de contaminar la tierra la fertilizan? ¿Por qué tenemos que fabricar objetos con substancias tóxicas si los podemos hacer sin ellas?

Lo bueno es que, tras 40 años de Días de la Tierra, estamos mucho más concienciados. Tenemos muchas soluciones para crear energía renovable, para cambiar nuestros hábitos baratos a corto plazo, pero caros a largo plazo, por otros dignos del siglo XXI, que mantengan nuestra calidad de vida y la de nuestros hijos, nietos y bisnietos.

Al fin y al cabo, la Tierra no nos necesita. Si cuidamos el medioambiente, la biodiversidad, los ríos y océanos, lo hacemos por nosotros. Aunque no creamos en el calentamiento global, si reducimos las emisiones de CO2, por ejemplo, se benefician nuestros pulmones. ¿Qué tenemos que perder?

 

 

Las autoridades advierten de 'daños importantes' en la Gran Barrera de Coral

El buque chino, el pasado 4 de abril. | Afp

El buque chino, el pasado 4 de abril. | Afp

  • Los científicos esperan tener resultados exactos en semanas
  • Según un estudio preliminar, hay restos de pintura en un área de un kilómetro
  • La Policía australiana investiga si hubo negligencia del capitán

El buque chino encallado en la Gran Barrera de Coral la pasada semana con una fuga de combustible causó "daños importantes" en los organismos acuáticos, según indicó la Autoridad de este Parque Marino.

Russell Reichelt, presidente de este organismo explicó que la pintura antiincrustante del casco del 'Shen Neng' continúa dañando los corales de la zona protegida a pesar de que el buque fue reflotado anoche después de que los servicios de rescate australianos bombearan el carburante para aligerar la nave.

"Los trocitos de pintura que quedaron pegados en el arrecife están matando a los corales que los rodean o les está afectando mucho y morirán pronto", explicó Reichelt a través de la radio ABC.

Los científicos consideran que habrá que esperar semanas para saber con exactitud los daños sufridos por la barrera coralina y la riqueza marina que la rodea, pero según un estudio preliminar hay restos de pintura en un área de un kilómetro de largo.

Según indicó Reichelt, el daño no se hizo sólo en el momento en que la nave encalló el pasado 3 de abril sino durante toda la semana, cuando el mar fue arrastrando el barco a lo largo del kilómetro dañado.

La líder del Gobierno de Queensland, Anna Bligh, anunció que presentará una nueva legislación al Parlamento para incrementar las multas a barcos que causen mareas negras, a 10 millones de dólares locales, unos 9,2 millones de dólares estadounidenses.

Los equipos de salvamento marítimo culminaron anoche un trabajo de tres días para transferir a un contenedor flotante con capacidad de 1.500 toneladas parte del combustible del Shen Neng, de 230 metros de eslora, que había vertido cerca de tres toneladas de carburante al océano.

Una vez reflotada la nave, la remolcaron a una zona de atraque cercana a la turística Isla de Great Keppel, a 38 millas náuticas (unos 70 kilómetros) del lugar del accidente.

El buque chino 'Shen Neng 1' encalló el pasado día 3 en la zona con 65.000 toneladas de carbón y 975 toneladas de carburante, del que por ahora se han vertido unas cuatro toneladas que ya han sido disueltas por aspersores químicos.

La Policía australiana investiga el accidente para determinar si hubo negligencia del capitán y quien debe asumir los costes de la limpieza y el salvamento.

El Gobierno de Camberra se ha quejado de que el navío chino jamás debía haber entrado en el área restringida en la Gran Barrera y, además, se hallaba a 30 kilómetros de distancia de la ruta marítima más cercano.

La empresa propietaria se enfrenta al posible pago de una multa de 676.990 euros, y el capitán podría tener que desembolsar otros 149.774 euros.

El mayor arrecife de coral del mundo está compuesto por casi 3.000 pequeñas barreras y más de 900 islas a lo largo de 2.600 kilómetros en el Océano Pacífico

 

 


 

España se calienta el triple que la media del planeta

  • Las temperaturas medias han aumentado 0,5ºC por década desde 1975
  • El ritmo de calentamiento es un 50% superior a la media del hemisferio norte
  • La última década registra los datos más bajos de precipitaciones desde 1950

Las temperaturas medias han aumentado en la Península Ibérica alrededor de 0,5ºC por década desde 1975, una tasa similar a la que registra Europa y que supera en un 50% la media del ritmo de calentamiento del resto del hemisferio norte, y casi tres veces a la media global.

Son los datos que se desprenden del informe 'Clima en España: pasado, presente y futuro', de la red telemática Clivar-España, que sintetiza y evalúa la información sobre los aspectos físicos del cambio climático reciente observado en la Península Ibérica. La secretaria de Estado de Cambio Climático, Teresa Ribera, ha presentado el estudio este lunes.

Según ha indicado Ileana Bladé, investigadora de la Universidad de Barcelona que forma parte de la red Clivar, los registros instrumentales del siglo XX muestran un aumento progresivo de la temperatura especialmente acusado en las tres últimas décadas. Sin embargo, en la actualidad las temperaturas medias en España se encuentran en un periodo de estancamiento. La "señal antropogénica" es, en opinión de la científica, "muy evidente".

En cuanto a las precipitaciones, el estudio refleja que la media anual de las tres últimas décadas ha disminuido de forma significativa en relación a los años 60 y 70, y que la última década registra los valores más bajos de precipitación anual desde 1950.

Pese a que es difícil establecer una media -hay pocas estaciones con datos fiables antes de 1950-, Bladé ha explicado que la tendencia entre 1960 y 2009 es a una disminución de las precipitaciones tanto en la Península Ibérica como en toda la fachada mediterránea.

Para finales del siglo XXI se espera otro importante aumento de la temperatura media estacional en España, de hasta seis grados en verano y entre dos y tres grados centígrados en invierno. También se prevé un descenso de las precipitaciones a lo largo de todo el año.

El informe analiza también aspectos relacionados con el aumento del nivel del mar, el incremento de los niveles de salinidad en el Mediterráneo y de la temperatura de las aguas oceánicas, que se sitúa entre los 0,12ºC y los 0,35ºC por década entre 1985 y 2005 en las capas superficiales de la costa atlántica peninsular.

 
 
 

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